Capítulo 5:
Encerrados
Pasamos mas de dos semanas encerrados en la celda 3C de la prisión de máxima seguridad de Antiqua, la única que parecía tener mayor tecnología que el resto del condado. Se componía de tres inmensos edificios que parecían un sin fin de hileras horizontales colocadas la una sobre la otra. A estos les acompañaba uno mas diminuto; el gimnasio, donde no se permitía entrar a los presos comunes como yo, y mas allá, las duchas, a las que solo podíamos acceder una vez por semana. Todos estos podían parecer lujosos a primera vista, debido al estilo y glamour que los embadurnaba. En cada uno de ellos se colocaba un recibidor, donde se atendía a los visitantes y se revisaban con lupa los permisos de salida, que por las carcajadas, burlas, y blasfemias de los guardias, deducía que no aceptaban. Lamparas de araña como elefantes balanceantes y escaleras doradas con lijadas barandillas de ébano los enriquecían. El color rojo vivo que bañaba las paredes relucía como los cabellos de Martha en la medianoche. El perfecto enladrillado le daba el punto y final. Todas las edificaciones rodeaban a un simplón patio, donde unos planeaban fugas de la prisión, totalmente inservibles por ser rematadamente estúpidas, y otros discutían sobre quien sería la víctima de su puñal esa semana, siempre rezando para no ser yo el siguiente. En una esquina, se hallaba un casi inapreciable comedor portátil, que podía pasar perfectamente por un puesto de churros, de donde recogía a lo que ellos llamaban comida los días que me tocaba descanso en el patio: los lunes, miércoles y viernes.
Cada edificio tenía tres puertas con musgosos escalones que bajaban hasta interminables pasillos donde se hallaban las celdas, que mas bien parecían cavernas, y que finalizaban en uno solo que conectaba los tres edificios, por lo tanto, todo estaba conectado. A diferencia de la parte superior de la prisión, aquello no tenía nada de decoración, dudo incluso que fuese habitable. Absolutamente todas las rejas estaban oxidadas hasta el último milímetro, y daba verdadero asco y repulsión solo rozarlas. Los muros eran como una cara completamente desfigurada tras una explosión, porque no podía ser normal que aquellos hoyos, hendiduras y grietas conformasen aquellas paredes que no se sabía ni de lo que eran, ni siquiera si provenían de este universo. Las goteras aparecían y desaparecían sucesivamente de todas partes, y nunca podías saber cuando te empaparías.
Lo único positivo de todo esto es que el resto de los presos no nos molestaba, todavía no comprendo el porque, y que compartía celda con Martha, pues al no haber una zona específica para mujeres, las mezclaban con los hombres. De echo, solo había tres, Martha, una joven rubia que vivía en frente de nosotros y la chica que salió del vientre de Eriel . A ellas se las marginaba: no tenían derecho a salir al patio a descansar, ni a ducharse, ni a comida; aunque yo siempre guardaba algo para Martha, ni a ningún otro tipo de derecho que sí tenían los hombres, lo que significaba que el alcaide era todo un machista. Estaba deseando encontrármelo frente a frente, y ellas dos ni te cuento.
-Lo siento- me disculpé con Martha acurrucado en una esquina de nuestra celda-. Todo esto es culpa mía. Yo quise venir aquí, yo te arrastré a esto, y ahora lo estás pasando mal por...
-No, no te martirizes. Te acompañe porque yo quise, tu no me arrastraste a ningún lado. Quería hacer esto desde pequeña. Si no te hubieses marchado, lo habría hecho igualmente. Deseaba salir de la ciudad, cumplir mi sueño como aventurera, asumí riesgos, y ahora estoy pagando las consecuencias. Deja de torturarte, demasiado haces trayendo comida para mi cuando podrían ejecutarte solo por eso.
-¿Por que vinimos persiguiendo una leyenda que solo era eso? Aun no he conseguido entenderlo.
-Tal vez nos cegó nuestra pasión por ella, pueden no existir, eso está claro, las leyendas son eso, historias inventadas, pero me parece que Eriel si es de verdad ¿no? Entonces todo lo que leíamos de pequeños también debe ser real.
-No lo se, estoy muy confuso, durante un solo día visite los calabozos de un barco que luego resultaron no existir, presencié como un humano de carne y hueso se transformaba en una estatua, como la helada agua del mar pasaba a ser ardiente lava y como nacía una mujer de las carnes abiertas de una asesina, según ella, venida de otro mundo, que nos quiere matar para destruir las gemas y poder dominar el mundo junto a su padre.
-Pero es lo mismo que decía la leyenda
-Ya, pero... no se, ahora mismo solo espero despertarme de este mal sueño.
-Jack, no es un...
El continuo rebotar del plástico de la porra de los guardias contra el óxido de los barrotes anunció la hora del recuento y ambos nos pusimos en la posición exacta que nos enseñaron el primer día que estuvimos allí para que nos nos tuviesen que corregir a guantazos. El uniformado pasó delante nuestro y examinó cada centímetro de nuestro cuerpo con desprecio, igual que hizo con la chica rubia, e igual que hacía con cada preso de la zona 3. Al cabo de unos minutos, tras finalizar su tarea, se marcho hacía el gimnasio. Martha no quería continuar hablando mas, estaba cansada, y se tumbó en el incomodo colchón superior de la litera tratando de descansar un poco. Por mi parte, no paraba de darle vueltas a todo el asunto. No era un sueño, no iba a despertar, tardé en reconocerlo, y si ella no me hubiese abierto los ojos aun habría continuado pensándolo. No íbamos a poder aguantarlo mas, hasta ahora habíamos esperado para ver si ocurría algo, si nos declaraban inocentes y salíamos de allí, pero todo eran ilusiones; todas las pruebas apuntaban hacía nosotros, y no había manera de culpar a Eriel de nada. Se acabó, no iba a permitir que pasáramos ni un segundo mas pudriéndonos allí como unos vulgares delincuentes, me daba igual que fuese una prisión de máxima seguridad, me daba exactamente lo mismo que fuesen a acabar con mi vida, de todas formas, allí encerrado ya estaba muerto.
-Conozco esa expresión- me susurró una dulce voz femenina-. ¿Quieres escapar, verdad?-. Era la chica rubia, que tumbada en su celda y apoyada sobre sus brazos me observaba con una sonrisa de oreja a oreja, bastante extraña para un mujer apresada que debía llevar quien sabe cuanto tiempo sin comer.
-¿Como lo sabes?- le pregunte extrañado.
-No es la primera vez que me encierran aquí, y no será la última. Se perfectamente cuando alguien quiere salir de aquí sí o sí, y puede que esto sea una prisión de máxima seguridad, pero huir es cosa de niños.
-¿Sabes salir de aquí? Por favor, ayudanos, somos inocentes, nos han cargado un delito que no es nuestro- le rogué
-Sí, claro, he oído ese cuento chino miles de veces. Mi secreto es mio, y de nadie mas. Lo siento mucho, precioso.
-Te lo juro, por favor, es que...
-Bla,bla,bla, he escuchado esas mismas palabras muchas veces como para saber que es todo una mentira. No me creo nada de los criminales.
-Te recuerdo que tu estás encerrada aquí por algo. No creo que seas precisamente un ángel caída del cielo.
-Yo estoy pagando por un crimen que otra persona ha cometido- dijo borrando su expresión y sustituyéndola por otra mas acorde a una presa-. Jamás en mi vida he hecho nada fuera de la legalidad mas que huir de este antro.
-Es exactamente lo mismo que nos ha pasado, por favor.
-No, no voy a permitir que vuelvan a engañarme.
-Esta bien, la decisión esta tomada. No te molesto mas- concluí rindiendome sabiendo que nada podría sacarla de su tozudez.
-Aunque...-volvió a hablar con tono misterioso- podríamos pactar una especie de trato.
-De acuerdo, haré lo que sea, no me importa.
-Bien entonces, debes...
Un retumbante eco nos enmudeció a ambos; lo conocíamos bien, había sido provocado por las botas del guardia, que se acercaba de nuevo. Avanzó lentamente hacía nuestras celdas, y a cada pisada, cada una mas potente que la anterior, mi corazón se aceleraba, rogando que no hubiese escuchado nada de nuestra conversación. Estuve a punto de estallar en mil pedazos cuando se detuvo en mitad del pasillo y clavó sus ojos frente a los míos, con esa aterrorizante mirada que podría haber matado incluso a un oso solo de la intimidación que provocaba. Se llevó la mano al bolsillo, y tras hurgar repetidas veces en él mientras mi estómago se iba transformando poco a poco en un enorme nudo, sacó un manojo de llaves con distintos números y letras escritos en ellas, eligió una de entre todas, la introdujo en la cerradura y ésta le dio acceso a nosotros. Martha, que había logrado dormirse, se despertó sobresaltada tras escuchar el ruido que se había provocado.
-¡Tú, te vienes conmigo!-ordenó seriamente señalando a mi compañera con la punta del dedo. La agarró bruscamente del antebrazo e intento llevársela casi a rastras. Quise detenerle empujándole y cruzándome en su camino, pero solo conseguí unas preciosas cicatrices. Consiguió su cometido y la sacó de allí antes de encerrarme de nuevo. ¿ A donde se la llevaría? ¿Iban a hacerle algo? No, ella no lo permitiría. Sabía que haría algo. Era fuerte. No iba a dejar que nadie la amedrentara. Y sucedió lo que yo esperaba. Mientras se la llevaba hacía el gimnasio, Martha le estampó el codo con su brazo libre en la dentadura haciéndola pedazos y seguidamente un golpe bajo lo dejo fuera de combate. Antes que nada se dirigió hacía mi para intentar sacarme, pero era imposible, y yo le rogué que se marchase, que huyera. A pesar de que no se lo tomó demasiado bien, debido a mi insistencia se marchó hacía la zona 2.
-Es fuerte, de hecho es la primera que se enfrenta a ese malnacido, pero no tardarán en atraparla-. El guardia se levantó aun dolorido y confuso por los golpes y cuando estaba algo mas recuperado presionó un botón rojo con el puño y una tan molesta como escandalosa alarma se activó en todo el lugar. Acto seguido, se escucharon dos disparos, y a los pocos segundos otro que fue el último,-te lo dije- esas últimas palabras de la rubia me hirieron como puñales clavados por todo mi cuerpo. Mi dolor se intensificó por completo cuando vi a dos personas a las que no logré diferenciar demasiado bien, por lo rápido que pasaron a mi lado, cargando a otra a la que sí reconocí; Martha, hacía el gimnasio y por las manchas de color rojo que brotaron de ella deducí que estaba herida. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y se me pasaban por la mente una y otra vez las probabilidades de que fuese una herida grave, que pudiese desangrarse, morir, y a pesar de intentar alejarlas siempre volvían. En un intento por ayudarla, volví a hablar con la rubia.
-¿A donde se la llevan?-le pregunté desesperadamente.
-No lo se- me contestó con tono de indiferencia.
-Si, sí que lo sabes-le remarqué alzando algo mas la voz.
-No me levantes el tono, guapo.
-Deja ese comportamiento de dura y malota ¿vale?- le grité casi a lloros. Se está desangrando. Va a morir. Tu tienes que saber donde se la llevan.
-Tienes razón, yo no soy así- me dijo entristecida con un cambio de actitud muy notable. Supongo que este lugar me está trastornando-. Toda la vida huyendo, y siempre me han vuelto a encontrar y a encerrar. Me escapo y vuelta a empezar. No vivo para otra cosa, si es que a esto se le puede llamar vida.
-Escucha, ayudanos, y te prometemos que no volverás aquí, pero, si ella muere, se acabaron nuestras esperanzas. Es quien siempre sabe sacar todo adelante.
-Es duro. ¿Seguro que quieres escucharlo?- me preguntó con preocupación.
-S....s....s...si- conteste a trompicones aterrado.
-¿Sabes porque hay tan pocas mujeres en esta prisión?
-¿Porque?- pregunté a punto de desmayarme-. Respiró profundamente antes de contestarme.
-Las ejecutan en la cámara de gas.-En aquel momento ni siquiera sabía que pensar, mi mente estaba ya demasiado trastornada como para además encajar esa noticia.
-¿Donde está esa cámara? ¿Lo sabes?- volví a preguntar con tono desesperado, temiendo que volviese a “transformarse” y no dijese ni palabra.
-Hace poco escuché a alguien hablando de un lugar secreto en el gimnasio.
-¿Como llego a él?
-Crees que soy adivina. No lo se, jamás en mi vida he visitado ese sitio-. Me derrumbé al escuchar eso-. Pero- esta simple preposición me elevó los ánimos- no creo que me fuese difícil localizarla. Tengo mucho ojo.
-Puedo respirar- le dije al fin un poco mas aliviado.
-No lo hagas, precioso. Necesitaras todo el oxígeno que puedas reunir para sacarme de aquí y la localize. Da por seguro que no la van a tener con un cartel “Cámara de gas por aquí. Solo mujeres”
-No tiene gracia- le repliqué seriamente.
-No pretendía hacerte reír.
-¿Me dices que debo hacer o me vas a seguir confundiendo? No tengo demasiado tiempo. Acto seguido, volvió a dejar a un lado su humor, y muy seriamente me habló de nuevo.
-Si pude escapar el resto de las veces fue porque siempre he conseguido ocultar conmigo una ganzúa, con la que puedo forzar cualquier tipo de cerradura que se me ponga por delante.
-¿Cómo? ¿Introdujiste un objeto metálico?
-Sí, deberían cambiar al vigilante que nos registra y colocar un mejor sistema de seguridad en lugar de tantos lujos para el alcaide y sus chicos, los asesinos del género femenino. El caso es que, después de cinco huidas, una a las dos horas de traerme, esos inútiles empezaron a sospechar algo, y a la sexta, consiguieron encontrarla, y eso que no estaba demasiado visible precisamente.
-No quiero imaginar donde la llevarí...
-Silencio, deja que continué- me ordenó interrumpiendo mi frase. El alcaide me la requiso como era de esperar, y la tiene escondida en alguna parte de la planta superior.
-¿Planta superior?¿De que me hablas?
-¿No has visto unas escaleras doradas? ¿No te has fijado en todas las plantas que componen los edificios cuando nosotros estamos encerrados casi bajo tierra?
-Si, varias veces, pero tampoco lo había examinado detenidamente.
-Es como un hotel. Me colé en varias habitaciones cuando aun poseía mi preciada ganzúa. Una de ellas era la del alcaide. Debe ser tan lujosa como la del rey de Edatilus. En ella hallé unos cajones en una perfecta mesita, fabricada con la misma madera que las barandillas, ébano, se notaba perfectamente por los rasgos de ambos. Es raro, pero no pude forzarlos, parecía tener una cerradura mucho mas compleja que todas las que he visto en mi vida. Era como un rompecabezas. No los soporto. Imagino que en ellos guarda nuestras pertenencias. Encuentra mi ganzúa, y salvamos a tu amiga.
-Vale, pero ¿como consigo llegar hasta allí? ¿Como se cual es la habitación del alcaide? ¿Como consigo acceso a los cajones?
-Es una puerta doble, muy sencilla de localizar, eso no te será difícil. Pero poder cruzarla, eso es otro cantar. En cuanto a lo demás, apañatelas.
-¿No te sirve que robe la llave de tu celda al guardia?
-Los guardias están ahora mismo ocupados con alguien que yo me se. Siempre desaparecen cuando van a acabar con alguna fémina. Solo se queda uno guardando el patio. ¿No me iras a decir que un joven fuerte como tu no podrá esquivar a una sola persona, que probablemente tenga mas de cinco dioptrías?- preguntó burlándose. No quise acceder a sus provocaciones, solo me preocupaba por una cosa: salvar una vida-. Además, quiero mi ganzúa, y la quiero ya. No intentes seguir negociando conmigo porque solo perderás el tiempo. Es el todo o nada. ¿Lo tomas o lo dejas?
-Atención, reclusos, hora del descanso para los presos correspondientes- anunció a toda voz el altavoz de cada día. -Salgan al patio inmediatamente.
-Hoy es miércoles. Creo que es tu única oportunidad, Jack. No la pierdas- concluyó antes de volver a mostrarme su terrorífica sonrisa de psicópata y esconderse entre sus piernas como si no hubiese habido conversación alguna.
El vigilante mas anciano de todos, de pelo canoso y gafas de alta graduación, que no había visto nunca, ahora ya sabía el porque, nos abrió a todos excepto a la rubia y nos sacó al patio escoltados para que según él “no intentásemos nada raro” Una vez fuera, los reclusos se agruparon en sus correspondientes lugares y comenzaron con los mismos rollos de siempre. Yo por mi parte, no paraba de vigilar al anciano que se paseaba en círculos sin quitar ojo a nadie. Me preguntaba como podría hacer para acceder a la parte superior sin que ese perro de caza me capturase. Examine todas y cada una de las opciones que tenía: podría crear una pelea, una riña, una trifulca, una reyerta, una gresca, pero era muy probable que acabase sin cara, y la necesitaba. Tenía que pensar algo mejor, y estaba haciéndolo cuando de repente una ligera brisa, algo familiar por cierto, me erizó el vello de la nuca y me despistó. Siempre he sido bastante despistado.
Continué pensando, dándole vueltas a las ideas de mi cerebro. Había pasado ya mucho tiempo, por mis cálculos diría que una media hora aproximadamente, estaba a punto de terminar el descanso y seguía sin dar con la brillante solución, necesaria para salvar a mi mejor amiga. No se si aquel era mi día de suerte o si el destino me ayudo, pero no pude describir la emoción que sentí cuando el vigilante pronunció las palabras “Entro unos segundos al gimnasio, no hagáis ninguna de las vuestras. Estaré observando” Era mi oportunidad, en cuanto cruzó al interior del edificio, eché a correr sin importarme las miradas de diversos presos que debieron de tomaron por loco, y subí los escalones de dos en dos, estando a punto de partirme las piernas en uno de ellos. Ya estaba en la zona superior, y fue cuando se me vino a la mente. ¿tan importante era para el alcaide ejecutar a una mujer que se llevaba a todo el personal a la cámara de gas? ¿Y para que? ¿Para observar alrededor de ella como sus pulmones dejaban de obtener aire limpio hasta que su cuerpo abandonaba la vida? Es que ni siquiera las vigilancias básicas, no se como los presos eran tan cerrados de mente para no pensar en salir de allí. Tal vez lo habían intentado tantas veces, sin resultado alguno, que acabaron pensando que era imposible, pero no hay nada que no pueda hacerse con esfuerzo, paciencia, perseverancia, y … vale, vale, me ciño a los hechos. A lo largo del conjunto de corredores, se extendía aún mas lujo que en los tres recibidores juntos. El color de los muros era exactamente igual, pero entre ellos se hallaban intercaladas varias ventanas de un perfecto cristal en el que podía verse incluso el reflejo de una mosca. La madera de las puertas no se parecía en nada a la de las barandillas, debía de ser caoba, y en cada una unos números blancos muy distinguibles sobre un fondo negro. En efecto, se parecía mucho a un hotel.
Avancé buscando la doble puerta que me daría acceso a la estancia del alcaide. Recorrí el conjunto de corredores una y otra vez pero continuaba sin encontrarla, y ya debía de quedar muy poco. Dirigí mi vista hacía uno de los cristales que comunicaba al patio, por lo visto el anciano ya había salido del gimnasio, pero no se había percatado de mi presencia. Me disponía a recorrer de nuevo todo, pero me tropecé con mi propio pie y el rojo vivo se unió junto a mi. Sí, se que es penoso, ya lo se. Gracias a aquel descuido, pude descubrir una falsa pared tras chocar contra ella y tirarla provocando un estruendoso ruido. Esperaba que el anciano no me hubiese escuchado, pero estaba seguro de que no sería así. Me precipité hacia la doble puerta y giré el pomo rápidamente, pero no cedía, y mis nervios comenzaron a asaltarme. Debía haber imaginado que la puerta estaría cerrada. ¿por que no lo pensé? Me marché de nuevo hacia las escaleras, pero cuando escuché un ruido de botas supe que se el anciano se dirigía hacía mi. ¿A que venía? Busqué un escondite, pero no sabia donde podía ocultarme en algo que solo era seguir recto.
Se acercaba, no sabía que hacer, ni a donde moverme, y en segundos me lo encontré frente a mi, observándome. Todo estaba acabado. Ahora volverían a encerrarme, y no podría hacer nada para salvar a Martha. No estaba dispuesto a permitirlo. Cerré mis puños, dispuesto a dejarle inconsciente en el suelo si intentaba algo. Se recolocó las gafas, estiró su cuello como si estuviera intentando visualizar un objeto lejano, y por último paso al lado de mi, no sin antes añadir unas palabras “Pedro, pensaba que estabas en ese sótano. Mejor, así tendré a alguien con quien poder jugar a las damas” Desde luego, este sujeto no veía ni tres en un burro, lo que me proporcionaría cierta ventaja. Al final no era tan complicado como parecía. “Estaré en la habitación del alcaide, por si quieres venir. Como tu bien sabes, me deja reposar en ella de vez en cuando. No es tan mal tipo como muchos lo pintan” No dude ni un instante cuando me propuso entrar en esa estancia.
Definitivamente, aquello era un hotel a la vez que una prisión. La estancia se construía con los mismos materiales que los vestíbulos, incluyendo la lámpara de araña. Se componía de una cama doble, diversos cuadros, horribles siendo sincero, varias mesitas, una de ellas tenía un cajón con un raro grabado cada uno, y que probablemente ocultase la ganzúa. Una terraza protegida por unas puertas correderas de aluminio que comunicaba con el exterior de la prisión, y que podría ser una excelente escapatoria si no estuviera tan alto. El baño era digno de mención, no tenía absolutamente nada que no fuese bañera. Casi no le dejaba espacio al bidé, que por supuesto, parecía ser de estos pijos que lanzan chorros de agua. Me dirigí inmediatamente al cajón, e intente conseguir los objetos que se ocultaban en su interior, estirando de su pequeño tirador violentamente una y otra vez, agarrando de los bordes e incluso llegue a mover la mesita entera a golpes. Ni siquiera se porque lo intenté, cuando la rubia ya me lo había advertido.”¿Que estás haciendo?” preguntó el anciano tras mis ataques violentos, pero no quise hacerle caso, mis nervios aumentaban por mil.
Intente fijarme en el grabado, para ver si encontraba alguna pista de como desbloquearlo. Localicé un símbolo, una especie de paisaje y un edificio en una de las esquinas muy parecido a la cárcel. Intente presionarlo, estirar de él, pero nada funciono, como había dicho, no era una simple cerradura. Me dejé caer en la cama de matrimonio; intente inhalar aire, la presión me aumentaba en décimas de segundos. Quería llorar y patalear como un niño pequeño al que le niegan un caramelo, pero eso no la salvaría, no, solo lo haría mi razonamiento, y esta vez era cuando mas lo necesitaba. Dirigí mi vista hacía el anciano, que se encontraba colocando piezas de colores blanco y negro en un tablero para disponerse a jugar, tras haberse sentado de nuevo, junto a mi, sin parecer importarle lo mas mínimo que le hubiese ignorado. Examiné la estancia. En la otra mesita solo había unos folletos de viaje, y el interior de sus cajones solo era mas madera. La terraza no ocultaba nada especial. ¿El baño? Mas de lo mismo. Busqué ladrillos que ocultaran algo, dobles compartimentos, destruí armarios, espejos, bajo la mirada atenta del demente que había comenzado la partida contra su “amigo invisible” pues según el, yo parecía ocupado. Encendí las luces de la estancia, para poder visualizar mejor, y me fijé en un interruptor que no servía para nada. “Lleva roto desde que se inauguró la prisión” me gritó el anciano antes de continuar “charlando” Lo ignoré, y cuando volvía a la búsqueda, comenzaron a salir chispas, no se si por casualidad, destino o una chapuza eléctrica. Lo importante es que una luz morada lo impregnó todo; luz ultravioleta, demasiado moderna para aquel condado a mi parecer. En el muro apareció como por arte de magia el dibujo exacto del grabado tallado en él. Estaba claro que debían tener una relación. Lo palpé con las yemas de los dedos, y en la parte superior derecha, justo en la prisión, encontré una expresión en latín. Traducida, ponía: “izquierda, derecha, derecha, izquierda, estira, empuja”. Deducí que es lo que expresaba aquel mensaje. Volví junto al cajón, agarre el grabado, primero lo giré a la izquierda, para lo que tuve que forzarlo mucho, hasta que finalmente cedió. Las siguientes fueron seguidas; dos a la derecha, otra a la izquierda, estire de él y lo empuje. El ébano de la madera crujió y al fin pude acceder a él, liberándome un poco, solo un poco de mi presión. Rebuscando hallé una carta de defunción de Dolores De La Rosa, en la que se atendía también a Herminio Espada, el que debía haber sido su marido, y a Bárbara Espada De La Rosa, que debía ser su hija. También hallé un escrito de auxilio escrito por la tal Bárbara a los servicios sociales; decía:
“ Socorro, necesito ayuda, sacadme de aquí, no lo soporto mas. Mi padre va a acabar conmigo, me presionó para que no dijera nada, pero fue el quien mató a mi madre. Es un completo machista, odia a las mujeres, me hace la vida imposible. Quiere inculparme de la muerte de mi madre, lo veo en sus intenciones, quiere encerrarme en su prisión, quiere acabar con mi vida. Y pensar que estoy hablando de la misma persona que me enseñó todo lo que hoy soy, que me enseñó como forzar puertas, que me regaló mi primera ganzúa, que me entregó sus trucos para poder escabullirme entre las personas. No voy a permitirlo, no pretendo dejar que ese malnacido se salga con la su...”
A partir de ese punto, ya no podía distinguir nada; era todo una mancha de tinta. Dejé las cartas en mi mesa, bajo la mirada del anciano, que no debería estar enterándose de nada. Al final, en lo mas oculto encontré la ganzúa y pude aliviarme un poco. Iba a marcharme ya, pero descubrí algo raro en los bordes, comencé a rasgarlos con las uñas y encontré un doble fondo. Allí estaban ocultas unas llaves con una etiqueta que decían “Zona CMG”. CMG podía traducirse como cámara de gas aunque no estuviese convencido de ello al cien por cien. Así que tenía la ganzúa de la rubia y las llaves CMG. La ganzúa era una apuesta segura, y ella podría encontrar la entrada mejor que yo, pero no podía fiarme por completo de esa psicópata. ¿Y si se marchaba y me dejaba plantado? Todo el esfuerzo no habría servido para nada, y Martha moriría. Las llaves CMG podían ser otra solución. Puede que yo solo no fuese capaz de encontrar la entrada, y aunque la localizase, si las llaves no eran de la cámara de gas, se acabó, Martha moriría.
-Atención reclusos, se acabó el descanso, hora de volver a sus respectivas celdas. A todos los guardias, abandonen inmediatamente su puesto actual y vuelvan a los originales. Es una orden del alcaide.
Eso no me daba buena espina. Pude entender que el alcaide ya estaba preparado para matarla, y como no había localizado a ningún intruso por el inferior, les había ordenado vigilarnos de nuevo. Ahora solo tenía una opción; podía volver a las celdas como un niño bueno y entregarle a la rubia su ganzúa o intentar buscar la entrada por mi mismo, y rezar para que la llave fuese la correcta. ¿Que debía hacer?
-Enhorabuena, caballero- escuché a mis espaldas, acompañado de un sonido de palmas. Una arrugada mano me apartó de mi posición y agarró ligeramente con los dedos índice y corazón un anillo de oro, con un diminuto rubí incrustado en él, que a pesar de no estar demasiado escondido, no había percibido antes.- Eres el primero que consigue descifrar el acertijo del alcaide, pero aquí no hay nada que te ayude a escapar-, su tono de voz había cambiado; se le notaba mucho mas serio, al igual que su rostro. Es como si hubiese cambiado por completo de repente, o, como si hubiese fingido todo el tiempo.
-No estoy buscando escapar- le aclaré a la vez que recolocaba su preciada joya en la palma casi sin escucharme.
-¿Y entonces que es lo que quieres?- preguntó mirándome confuso.
-Usted conoce la cámara de gas ¿verdad? Si trabaja aquí debe saberlo. Por favor, dígame donde está- le rogué.
-Se que se encuentra bajo el gimnasio, en una serie de pasadizos y túneles, pero nunca se me ha permitido bajar ahí. Ni siquiera se donde está la entrada. ¿ Acaso eres pariente de aquella a la que van a ejecutar?-. No sabía si debía confiar en él, no se le veía un hombre peligroso, pero ahí dentro, no podías fiarte ni de tu propia sombra.
-Somos amigos- contesté al fin tan pensarlo detenidamente.
-Pues date prisa, no tardará mucho en abandonar este mundo- me advirtió.-Y... muchas gracias- añadió. Te parecerá una tontería, pero, es muy importante para mi, tiene un gran valor sentimental. Llevo años esperando a que alguien consiguiera lo que yo no he podido recuperar. Eres una mente brillante- me alabó. Y ahora, marchate,- me ordenó aproximándose hacía mi-, salva a tu amiga, y, dile de mi parte a Bárbara que al fin le he conseguido carta blanca. Has sido un factor fundamental - dijo dando una palmada en mi hombro.
-¿Como? ¿Qué?- mi confusa mente intentaba pronunciar alguna frase con sentido.
-Tu solo díselo. Ella sabe lo que significa. Ha llegado la hora de vengarnos- gritó elevando su puño en posición de victoria.
-¿Quien es usted?- me atreví a preguntarle.
-Sera mejor que te marches, ya, joven- me aconsejó acompañándome hasta la salida, o mejor dicho, arrastrándome.
-Pero, espere...- le rogué.
-Yo me ocuparé de la seguridad-. Y por cierto, mi nombre es Tim. No te olvides de mencionárselo a Bárbara-. Acto seguido, cerro la puerta en mis narices. ¿Quien leches era ese tipo? No era un vigilante normal, de eso estaba seguro. De todas formas, no tenía tiempo para averiguarlo.
Además del encargo de aquel vigilante que parecía ser mi aliado, aunque solo lo pareciese, la llave no era algo seguro, la ganzúa sí. Debía regresar con ¿Bárbara? Sí, Barbara. Intenté volver al patio pero el aumento de seguridad me lo impidió, así que decidí colarme en las celdas del primer edificio, que me llevarían hasta las del segundo. Me aproximé a una de las entradas y la empujé suavemente. Las bisagras rugieron como panteras enfurecidas al hacerlo. El guardia encargado de aquella zona, revisando a los prisiones con una minúscula luz procedente de su linterna, se percató del sonido, y abandonó su tarea para ir a comprobarlo. Busqué un escondite, ¿donde? ¿donde podía ocultarme?. ¿Debajo del mostrador de recepción? Me vería. ¿En otra zona de celdas? Hay mas guardías. Espera, no seas estúpido. No lo pienses mas. Arriba. Arriba -me gritó mi voz interior. No dudé ni un instante en obedecerla, y subí los peldaños de cinco en cinco hasta llegar al pasillo superior, donde me oculté apoyado en el rojo sangre, preparado para un ataque sorpresa.
-¡Atención a todos! ¡Diríjanse inmediatamente al gimnasio! ¡Es una orden del alcaide!- escuché. ¿Acababa de mandarles volver a sus puestos y de nuevo...? ¿Y si había sido? No, no tenía tiempo para pensarlo, debía apresurarme.
Esperé unos diez minutos para dar tiempo a que la seguridad se despejase. Crucé el patio, ahora desierto gracias a mi aliado, accedí a mi zona de celdas en el edificio 2, de nuevo, sin vigilancia. Esto iba a ser mas fácil de lo que pensaba, aunque no dejaba de vigilar mis espaldas. Tras la agotadora caminata, que se me hizo eterna, me reuní de nuevo con la rubia, Bárbara, o la chica mala, como la queráis llamar. Se encontraba apoyada en los barrotes con una postura de cansancio absoluto.
-Has tardado demasiado. Estaba empezando a dormirme- me replicó ella. ¿Lo tienes?
-Lo tengo- afirmé entregándole su ganzúa. Ni un segundo tardó en recibirla cuando ya se encontraba con una de sus rodillas apoyada en el suelo introduciendola en el mohoso cerrojo.
-Esto... Bárbara- dije un poco aterrado.
-Así que has leído los documentos. No me extraña, seguro que eres un chico cotilla que todo lo quiere saber. Lo que todavía me sorprende es que lograras descifrar el acertijo. Pareces tener la suficiente inteligencia como para sostenerte en pie-se burló.
-Ya te he dicho que dejes de hacerte la dura. -le susurré ignorando el resto de sus palabras.
-Terminado.- Se levanto y abrió la puerta con un leve toque de sus dedos. En marcha, hay que encontrar a tu amiguita Martha. Un trato es un trato ¿no?- finalizó la conversación. Salió de su celda, y se marchó apresuradamente por el pasillo. Detrás suyo, como no, marchaba yo, rogándole que se detuviese.
-Bárbara, espera un momento- le decía repetidas veces intentando frenarla sin resultado alguno. -Por favor, Bárbara, detente.
-¿Acaso estás agotado?- habló al fin sin parar de caminar. Continuó hasta el patio, donde tras darle la paliza varias veces, se detuvo y rendida preguntó rabiosa como un perro- ¿Qué quieres?
-Esto... es que...- tuve que tomar aire unos instantes antes de poder hablar.
-¿Qué?- volvió a preguntar a punto de estallar.
-El anciano, Tim, si no recuerdo mal, dijo que tienes carta blanca-. Su cara se iluminó como la de un ángel celestial. Se quedó atónita, era incapaz de expresarse. -Ha llegado- fue lo único capaz de decir con mucha dificultad.
De repente, una alarma nos sobresaltó a ambos. ¿Nos habían descubierto? Desde luego, no lo parecía.
-¡Atención a todo el personal presente en el gimnasio en este momento! ¡Tenemos noticias de que el prisionero 322 está intentando escapar de las instalaciones! ¡Es vital que no huya! ¡Se autoriza el uso de la fuerza bruta! ¡Es una orden directa del alcaide!
-Debe de ser Tim, le habrá cargado el muerto a algún preso. ¡Deprisa, escondete!- me ordenó arrastrándome hasta uno de los pasillos superiores, el mismo escondite que yo había elegido.
-Estoy harto de que me arrastren de aquí para alla- me quejé.
-¡Callate, nos van a oír!- me propinó un codazo en el estómago para que lo hiciera.
Una vez que todo estuvo despejado de nuevo, nos dirigimos hacía el gimnasio de una vez por todas. Cada vez temía más por la vida de Martha. Una vez allí, atrancamos todas las posibles entradas con maquinaría del gimnasio para que no nos descubriesen.
-Excelente- aquella voz casi me mata del susto. Era Tim, que salía de las duchas comunicadas con el gimnasio.
-Fenomenal, Tim. Al fin podremos librarnos de ese malnacido -le dijo Bárbara con una sonrisa de oreja a oreja.
-¿Qué es lo que pasa aquí?- pregunté confuso.
-Es una larga historia- me respondió Tim. -Y no tienes el suficiente tiempo para escucharla. Ábrela- ordenó a Bárbara.
-Espera, ¿tú sabias donde estaba la entrada, Barbara? -volví a preguntar todavía mas confuso.
-Por supuesto, ¿no te dije que escape varias veces? Ahora mismo no lo recuerdo. Si no te lo dije antes, era para que no me abandonaras- me explicó mientras introducía su ganzúa en un diminuto agujerito de una de las baldosas.
-Eres rastrera, Bárbara. ¿Creías que no volvería a por ti? ¿Qué te abandonaría? Tú misma lo has dicho, una promesa es una promesa. Y yo habría vuelto.
-No es solo por eso, cariño mio- me dijo segundos antes de completar de forzar la “baldosa”, elevarla y ponerse en pie. -¿Tú solo contra la seguridad y el alcaide? Como que no.
-Le doy la razón- concluyó Tim antes de introducirse en las profundidades de la prisión, seguido por la rubia Bárbara, y por mí.
Ya estaba, ya casi lo había logrado, ahora solo me faltaba encontrar la cámara de gas que se escondía en el interminable laberinto, antes de que acabase muriendo por hipotermia ¡Chupado! Ahora en serio, ni idea de por donde ir, al igual que Tim. La única que conseguía guiarse solo un poco era Bárbara. La mayoría era todo pasillo, pasillo y mas pasillo, aunque en algunas ocasiones te encontraban con “especialidades” que te ayudaban a marcar el camino como tuberías destrozadas, espejos manchados de sangre o calaveras apoyadas en las esquinas. Sí, lo reconozco, no era el lugar mas agradable del mundo, e incluso hacía que las celdas pareciesen un hotel de cinco estrellas.
-Bárbara, por favor, tenemos que darnos prisa -con esta oración me atreví a romper el silencio que nos había invadido durante al menos quince minutos.
-No es fácil, Jack- se limitó a decir.
-Pero si tú has huido de aquí varias veces- le recordé
-No es lo mismo, chiquillo. Para eso, solo hay que buscar la luz. Esto es mucho mas complicado. Necesito tiempo -dijo elevando el tono de voz.
-Pero no tenemos tiempo- le repliqué a gritos.
-¡Pues si tan listo te crees, buscala tú! ¡No tengo porque ayudarte, niñato!- chilló ya fuera de sí.
-Silencio- les interrumpió Tim devolviendo el silencio. Escuchad.
Me dispuse a hacerlo, y Bárbara parecía hacer lo mismo. Y lo que oí, lo que mis oídos captaron fueron tosidos y risas que procedían de mas adelante. Miré a Bárbara con la misma mirada que ella me devolvió a mi; lo teníamos. Ambos echamos a correr, y los sonidos se oían cada vez mas fuerte, continuábamos avanzando, y se intensificaban. Cuando giré la esquina, parecía tenerlos justo delante mío, y entonces ocurrió algo muy extraño, inexplicable para el ser humano de a pie. Los túneles comenzaron a moverse, o al menos esa fue mi sensación, me sentía mareado, cerré fuerte los ojos, presioné los parpados bruscamente esperando a que todo pasase rápidamente, a que solo fuese un delirio mas de mi imaginación. El movimiento hizo que cayese hacía detrás y acabase chocando con lo que debía ser una pared, aunque no lo pareciese. Despejé mi mente, mi cuerpo y sobre todo, mi cabeza, y me incorporé sin demasiado esfuerzo. Busqué a Bárbara o a Tim, pero no los encontraba. Imaginé que se habían marchado, avanzado sin mi, que no tenían tiempo para mis delirios, que también querían salvar una vida. Decidí seguir sus pasos así que retorné la marcha. Ni cuatro pasos di cuando me encontré con una puerta entreabierta a mi izquierda, que desprendía un olor pútrido. Me asusté, no voy a mentirte, el hedor de la muerte me aterrorizó, no saber de que o quien procedía, pero estaba dispuesto a averiguarlo. Empujé ligeramente la puerta y accedí a la sala. No pude reprimirme, me derrumbe y rompí a llorar como una magdalena. En la inmensa estancia se hallaba una cámara de gas, conectada a un panel de mandos. En el frío suelo, ella, Martha, muerta; estaba muerta, su vida había sido arrebatada por ese animal sin escrúpulos. Gateé hasta su cuerpo inerte. Su cara estaba completamente desfigurada, como si se hubiese quemado, y casi era irreconocible, pero el resto de su persona le relataba, a pesar de estar cubierta de sangre hasta las uñas. No me atreví a tocarla, no podía, no era capaz. Había tardado demasiado, era culpa mía, en parte yo la había matado. Escuche pisadas, ruidosos pasos que venían hacía mi, pero me daba igual. Se colocó detrás mio. Podía notar como su aliento me erizaba el vello de la nuca; no me importaba lo mas mínimo. Si el alcalde quería acabar conmigo, adelante; ya no tenía nada que perder.
-Hemos llegado tarde. -la voz de Bárbara, al menos ya tenía a alguien a mi lado. -Pobrecita, espero que haya sufrido -la voz había cambiado, era...
-¡Eriel!- susurré encolerizado antes de levantarme y mirarla a su despiadado rostro. Esta muerte no fue provocada por el gas, cualquiera se daría cuenta. ¿Has sido tú?
-No, todavía no- respondió comenzando a moverse alrededor mio. -Pero lo estará. Cuando acabé con ella. No tenéis esperanza- me susurró intimidandome con la mirada.
-Esto es un sueño ¿verdad? Tú en realidad no estás aquí. Ella no está muerta ¿verdad?
-Me das mucha pena, Jack. Los hombres sois frágiles, demasiado- me dijo masajeando mis hombros. Tu mente se desmorona, y tu te lo estás creyendo. Pero no hablemos de esas cosas, que me dan grima, que tal si hablamos de tu amiguita nueva, Barbara. Yo que tu tendría mucho cuidado con ella.
-¿Qué quieres decir?- pregunté imponente.
-Yo se quien es, aunque no se si ella se acordará de mi, o de su vida pasada. Pero eh, decírtelo ahora estropearía toda la sorpresa.
¿Quien...?
-Me marcho, y tu despierta, ¿no querrás que un sangre común me arrebaté mi preciado tesoro?- dijo señalando al cadáver de Martha.
-¿Sangre común?
-Jack, despierta, vamos -escuchaba decir a una voz femenina. Conseguí visualizarla tras unos segundos de borrosa vista, era Bárbara. -Tim la ha encontrado Jack, date prisa.
-¿Qué?- pregunté sin saber que es lo que ocurría.
-Venga, vamos-. Inmediatamente me llevó hasta una sala, la misma en la que había estado durante, lo que fuese que había pasado. Esta vez Martha estaba viva, pero por poco tiempo, el gas de la cámara no era demasiado respirable.
-¡¡¡¡Jaaaaaaaaaaack!!!!
-Estoy aquí, Martha, no te preocupes- intenté tranquilizarla.
Marché apresuradamente hacía el panel de mandos, que en ese momento Tim estaba manipulando. Bárbara se quedó con Martha tratando de calmar sus nervios, para que no la poseyeran. A pesar de que ambos hacíamos todo lo que podíamos, no había forma de detenerlo. Trastocamos todos los botones, comandos que parecían ser de detención, e incluso lo intentamos con los cables, pero nada funcionaba. Martha no paraba de toser, se estaba ahogando, no iba a durar mucho mas, había que sacarla de ahí ya. ¿Pero cómo? Hubiese dado cualquier cosa por conocer el maldito...
-¡Fuera!- escuché a mis espaldas. Martha salió de la cámara de gas, desplomándose inconsciente a los brazos de Bárbara, que cerró la puerta de la cámara para no intoxicarnos a los demás.
-¿Solo era eso? ¿Abrir y sacarla?- preguntó completamente estupefacto Tim. -No debe haber escatimado en gastos.
-¿Nos estamos jugando una vida y solo se te ocurre preguntar eso?- le regañé. ¿Cómo está?- pregunté a Bárbara.
-Esta bien, se recuperará- me contesto sonriendo.
-No lo creó-. Dirigí mi mirada hacía el lugar de donde habían procedido esas palabras y le vi: bajito, gordo, calvo, feo, viejo y con ropas mas antiguas que el propio condado. No podía ser otro que el alcaide.
-¡Padre!- gritó Bárbara enfurecida.
-No soy tu padre. Habéis estropeado mi ejecución. Tú, esa furcia barata, y Tim, traidor.
-No puedo traicionar a quien nunca ha sido mi aliado. ¿ Qué crees que he sentido por ti todos estos años? Asco, desprecio. Intenté enfrentarme a ti varias veces, aunque no te dieras cuenta: yo provoqué el motín de la década, yo puse a parte de la seguridad en tu contra, provocando que se marchasen de aquí para siempre, yo les he ayudado a llegar hasta aquí, y he conseguido carta blanca. Morirás aquí, Barbará podrá matarte de una vez por todas y por fin será libre de tu esclavitud.
-No podéis hacer eso, os pudriréis aquí de por vida.
-¿Sabes quien me ha dado carta blanca? El presidente de la AP.
-¿Qué?- preguntó encolerizado. ¡No puede ser!.
-Si, incluso la asociación de prisiones está deseando perderte de vista. Y fijate si llegas a ser estúpido que he podido manipular a tus guardias para que busquen un fantasma, un preso inocente al que le he otorgado la condicional hará una media hora, y ni tú ni nadie os habéis enterado de nada. Estás creando descerebrados, y lo cierto es que no me extraña, pues tu jamás has poseído un cerebro. Menos mal que Bárbara no es tu hija biológica. A saber como habría sido.
La rabia del alcaide se le notaba a años luz, una persona de ese calibre no se iba a quedar parada ante semejantes palabras, muy bien habladas, en mi opinión. Con un fugaz movimiento que nos paralizó a todos, desenfundo su arma reglamentaria, y le amenazó con ella.
-Debería haberte matado cuando tuve la oportunidad. Todo esto es para vengar a Dolores ¿verdad? Era una furcia, no merecía la pena.
-¿Una furcia?- grito Tim, ya sin ser él mismo.
-Ni se te ocurra hablar así de mi madre- le chillo Bárbara al mismo tiempo.
-Esa “furcia” como tu dices, fue mi amor desde pequeño. Estábamos prometidos, esperando a la mayoría de edad para poder casarnos, pero entonces apareciste tú, el estúpido con quien debía casarse, según su padre. En aquel momento tuve que callarme y aguantarme para que no acabasen ejecutandome. Pasaron los años, no podía mas, quería verla, escucharla, olerla, sentirla, deseaba estar junto a ella, y también ella estar a mi lado. Lo conseguimos, a tus espaldas. Pero volviste, y la mataste, y a mi me forzaste a ser tu niñera. No se ni porque acepté, si hubiera sido ahora por supuesto hubiese preferido la muerte. Sí, pensé en marcharme, pero no lo hice, porque sabía que algún día llegaría mi momento, nuestro momento, mejor dicho. Y ha llegado. Encañoname con lo que quieras, pero hoy no vas a salir con vida de aquí.
-Un discurso precioso- dijo el alcaide burlándose. Pasemos a lo que de verdad importa.
En cuanto el alcaide se distrajo, me lancé a por él. Bárbara dejó a Martha apoyada contra el panel de control, y vino a ayudarme. Primero forcejeé con su arma. La moví en todas direcciones. Durante el forcejeo se produjeron dos disparos; uno al techo y otro al panel de control, muy cerca de donde se encontraba Martha. Cuando llegó Barbará, le propinó un puntapié en el gemelo, que lo hizo arrodillarse de dolor, momento en que conseguí arrebatarle su arma y apuntar con ella a su cabeza, mientras Bárbara lo sostenía del cuello a la vez que pisaba una de sus piernas, y le amenazaba con ahogarle si realizaba algún movimiento brusco. Tim no estaba parado, había rebuscado en sus vestiduras su puñal, y una vez lo teníamos sometido, se acercó dispuesto a acabar con su vida. Bárbara le dio confirmación, yo no quise decir nada, de hecho, casi no podía sostener la pistola. Se dispuso a clavarlo, pero Bárbara se encontraba con las defensas bajas debido a la emoción, y el alcaide aprovechó la ocasión para quitársela de encima con el codo. Acto seguido, la potencia de su patada hizo aterrizar mi espalda en el suelo, a la vez que recuperó su arma. Con ella, pudo parar la embestida de Tim, a quien de un puñetazo en la cara, lo tumbó.
-¡Martha, te necesitamos! ¡Tienes que enfrentarte al alcaide! ¡Piensa en lo que te iba a hacer, en los asesinatos que ha provocado! ¡¿No quieres darle su merecido?!- dije a voces a Martha, muy lejos de mi.
Ni se inmutó, el alcaide sonrió de oreja a oreja, Tim y Bárbara intentaban incorporarse. El alcaide apuntó a Bárbara en la cabeza.
-¡Noooooo!- grité a la vez que me lancé hacía el intentando evitarlo. Apretó el gatillo, un insoportable sonido retumbó toda la sala. No llegué a tiempo. El proyectil impactó en el cráneo de Bárbara, lanzándola por los aires e impactando contra el suelo. En ese instante, ante mi asombro, Martha se despertó, y parecía tener mas energía que nunca. Haciendo el pino, consiguió derribarlo agarrándole de su cabeza únicamente con los pies, y acto seguido, rodeo su brazo con las piernas, y se lo retorció, provocando que soltase el arma que tenía en ella. Fui al lado de Bárbara, para comprobar sus daños; se veía la bala incrustada, no se encontraba su pulso, y sus ojos estaban completamente blancos. Estaba claro que había fallecido. No pude hacer otra cosa que cerrar sus parpados para que pudiese descansar en paz de una vez por todas. Tim, cuchillo en mano, volvió a atacar al alcaide, inmovilizado por Martha, pero logró quitársela de encima con un movimiento de cadera y muñeca y esquivar el ataque de Tim, arrojando su puñal lejos de ellos, casi al lado de donde estaba Bárbara. Me subí a su espalda de un salto, intentando inmovilizarme. Martha comenzó a propinarle fuertes puñetazos tanto horizontales como verticales en su estómago, finalizando con una patada lateral que lo dejó por unos segundos confuso. Se levanto inmediatamente.
-No podéis conmigo. Pensáis que soy una persona que está en la fase de decadencia ¿verdad? No, no es así, ya he acabado con Bárbara, y ahora os toca el turno a vo...
De repente, comenzó a retorcerse, sin motivo aparente. Se quedo inmóvil, completamente mudo, y de su boca chorreaban hilillos de sangre. Acto seguido, el puñal de Tim sobresalió por la parte delantera de su cuerpo, en la zona del corazón. Alguien le movió hacía la cámara de gas, le introdujo dentro y le encerró. ¡Era Bárbara! La cara de asombro de Tim y Martha era dignas de mención, pero la mía, podría haberse plasmado en un cuadro y venderse como obra de arte. Yo mismo había corroborado su muerte, pero ahora, estaba viva, delante nuestro, y acababa de matar a su “padre”. Sus ojos habían vuelto a ser lo que eran, y no había rastro del proyectil incrustado en su cráneo; es como si nunca le hubiesen disparado. ¿Era esto a lo que se refería Eriel?