'Regreso al Futuro': paradojas de viajar en el tiempo
Estas son las mejores películas de viajes en el tiempo de la historia del cine.
Al final, el vehículo definitivo para viajar por el tiempo era un DeLorean. Ir de una época a otra, del pasado al futuro y viceversa, había sido un tema constante en la ciencia ficción desde que H. G. Wells publicó La máquina del tiempo en 1895. Pero el cine tardaba en encontrar una versión definitiva, un título que se convirtiera en sinónimo de desplazamientos temporales. La novela de Wells había sido llevada a la pantalla en 1960 por George Pal –estrenada en España como El tiempo en sus manos –, y convertía a su protagonista en el propio Wells, pero lo anticuado de su planteamiento y de sus efectos especiales dejó a medio cocer un esfuerzo apreciable. Mucho mejor le fue a Nicholas Meyer en 1979 con su muy entretenida Los pasajeros del tiempo, en la que H. G. Wells –interpretado por Malcolm McDowell– volvía a viajar en su máquina, pero esta vez al siglo XX, en persecución de Jack el Destripador.
Estas producciones, al igual que la novela original, tenían una cosa en común: solo se viajaba hacia el futuro, obviando así un elemento tan importante como son los posibles efectos de cambiar el pasado y las paradojas temporales que ello ocasionaría –Ray Bradbury lo había contado en 1952, en su relato El sonido del trueno , que sería llevado al cine en 2005–, cosa que empezó a cambiar al año siguiente: en El final de la cuenta atrás (1980), de Don Taylor, un fenómeno inexplicable transporta al modernísimo portaaviones nuclear Nimitz al año 1941, justo la víspera del ataque japonés a Pearl Harbor, lo que plantea serios problemas existenciales a los militares transportados: ¿tienen derecho a intervenir en el pasado y cambiar, quizá, el curso de la historia? ¿Y cuáles serían las consecuencias de esa decisión?
Tuvieron que pasar cinco años más hasta que Stev en Spielberg, como productor ejecutivo, y Robert Zemeckis, como director, se metieran de cabeza en ese conflicto, si bien en un entorno más doméstico, con un ritmo desenfrenado y unas enormes dosis de humor y suspense que hacen que la película siga manteniendo una frescura envidiable. Haciendo un chiste fácil, por ella no pasan los años. Los efectos de cambiar el pasado son, de hecho, su motor argumental, y lo son todavía más en sus dos continuaciones, hasta el punto de originar encendidos debates entre los fans sobre cuántos pasados y futuros diferentes fueron visitados y cuántas versiones distintas de Marty, Doc y el DeLorean están circulando de una época a otra.
Marty McFly es un adolescente de diecisiete años que vive en la localidad de Hill Valley, con sus dos hermanos, una madre estricta y amargada , y un padre pusilánime y fracasado. Uno de sus pocos amigos es el excéntrico inventor Doc Brown, que le presenta su último invento: una máquina del tiempo impulsada por energía nuclear, instalada en un flamante automóvil DeLorean. Un imprevisto obliga a Marty a subirse en la máquina y viajar hasta el año 1955… Pero, una vez allí, no tiene manera de regresar. Su única esperanza es convencer a la versión más joven de Doc de que le ayude, pero se le presenta un problema adicional: su presencia en el pasado puede provocar que sus padres nunca lleguen a enamorarse, con lo cual, ni él ni sus hermanos llegarán nunca a nacer.
Todo es sencillo, es brillante, y es precisamente la clave del enorme éxito que conoció la película; aquí no se trata de cambiar el destino de la civilización, sino de corregir una vida más o menos normal y corriente. Los contrastes entre la vida cotidiana y la actualidad de ambas épocas dan pie a numerosas anécdotas y a no pocos golpes de humor, y el guion de Zemeckis y Bob Gale funciona a toda máquina impulsado por la partitura de Alan Silvestri, el hit mundial The power of love, interpretado por Huey Lewis and The News, y el trabajo de Michael J. Fox y Christopher Lloyd, los intérpretes perfectos para Marty y Doc.
Regreso al futuro II
La continuación estaba cantada; de hecho, la segunda y tercera parte se rodaron al mismo tiempo, aunque se estrenaron con un año de diferencia. Regreso al futuro II (1989) aprovecha el impulso de su predecesora y entra aún más a fondo en nuevas líneas temporales –de 1985 a 2015, y luego, de nuevo a 1955– y realidades alternativas. La tercera, desarrollada en su mayor parte en 1885, es un digno colofón, pero también una llamada de atención de que iba siendo hora de cerrar el ciclo.
La fama que tiene Regreso al futuro de ser una de las mejores películas sobre desplazamientos temporales queda confirmada por su influencia en mucho de lo que llegó después: es una comedia, pero, gracias a ella, las implicaciones de estos viajes comenzaron a ser tomadas mucho más en serio. Incluso cuando las cambiaron en Vengadores: Endgame (2019) no pudieron evitar referirse a Regreso al futuro… y a todas las que llegaron detrás. En 2002 se filmó una nueva adaptación de La máquina del tiempo (2002), dirigida por Simon Wells, el tataranieto del escritor, pero fue incapaz de hacer sombra al DeLorean. Y es que, a la hora de pasearse de una época a otra, nada como un buen condensador de fluzo.
Los efectos secundarios
Mientras tanto, El efecto mariposa y Interestelar nos llevaron por caminos distintos. En El efecto mariposa, la premisa era simple pero impactante: cada pequeña elección podía tener efectos dramáticos en el futuro. Cada acción desencadenaba una serie de eventos impredecibles, convirtiendo al protagonista en un jugador involuntario en el ajedrez del tiempo.
En Interestelar, el enigma del tiempo se entrelazó con el misterio del espacio. La película exploró cómo la gravedad y la relatividad podían afectar la percepción del tiempo, llevando a los personajes a enfrentarse a dilemas emocionales y físicos a medida que navegaban a través de agujeros de gusano y planetas alienígenas.
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