Relatos y Cuentos [Red de Sombras]
Publicado: 08 Ene 2014 21:38
Notas del Autor
¿Qué es la Red de Sombras?
Red de Sombras es un conjunto de historias (Cuentos, relatos, novelas) ambientadas en un mundo plagado de toda clase de criaturas sobre naturales. Las más importantes de estas son los vampiros y sus principales enemigos (denominados Antiguos). Cada historia relata hechos distintos, haciendo constantes referencias una hacia la otra —con personajes, cronología y eventos compartidos—, con la finalidad de crear un universo ficticio particular.
Así mismo, hay una trama central, la cual se ira desvelando poco a poco en lo que podríamos llamar la columna vertebral de la Red de Sombras: una serie de novelas numeradas que llevan el mismo nombre de este universo (y las cuales esperó alguna vez se publiquen de manera profesional).
Sobre el contenido de este tema, planeo publicar los diversos relatos que tienen en común la historia de Isabel (personaje al que ya presente en el foro en el primer reto literario). Estas historias pretenden ampliar su historia, desde su origen mismo hasta la actualidad, así como presentar a otros seres como ella que están relacionados de forma directa o indirecta con su historia.
Título: ¿Sólo una pesadilla más?
Fecha de redacción: 24 de abril de 2012
Notas: Es la primera historia en la cual introduje y cree al personaje de Isabel.
[spoiler][center]¿Sólo una pesadilla más?[/center]
[center]1[/center]
Las pesadillas son algo común para todas las personas. Desde siempre han atormentado los sueños de la gente. Ya sean provocadas, como se cree comúnmente, por cenar demasiado antes de dormir o por cualquiera que sea el motivo.
Desde que recuerdo, estas han atormentado mis horas de sueño de manera constante. Debido a esto, son un tema recurrente en casi todo lo que hago.
En la escuela, cuando los profesores nos encargaban de tarea redactar algún cuento siempre escribía sobre mis pesadillas. Recuerdo especialmente cuando mi maestra de cuarto grado, la señorita Mirna, nos pidió redactar un cuento de dos cuartillas. Yo escribí el mío basado en un sueño especialmente desagradable que había tenido recientemente. La pobre mujer incluso sugirió enviarme al psicólogo tras leer eso. Por tal motivo decidí dejar de usar mis pesadillas como inspiración para mis trabajos escolares.
Mis pesadillas eran extrañas, o al menos es esa la manera en la que yo las percibo. Podían variar de tema de manera abrupta; pero siempre eran similares en el fondo, la representación de uno de mis tantos temores.
Soñaba, por ejemplo, que todos en mi familia se habían convertido en vampiros, excepto yo; mis familiares me perseguían intentado morderme para que me uniera a ellos. Sé que suena estúpido, pero cuando los soñé debía de tener unos seis años. Un miedo infantil.
Otro sueño que recuerdo claramente, y que en verdad resulto aterrador, trataba sobre una muñeca.
Mi madre, cuando joven, coleccionaba muñecas de porcelana —de esas que parecen inusualmente reales, ataviadas con vestidos victorianos y peinados elegantes—. Recuerdo que había una habitación llena de ellas en casa de la abuela, las cuales mamá había decido dejar en su vieja habitación, ya que temía que cuando tuviera hijos estos las destrozaran. Debo de admitir que eso era una posibilidad muy grande cuando yo era un niño.
Bueno, sólo hubo una muñeca que ella se permitió a la casa. Media unos cincuenta centímetros y estaba hecha de porcelana blanca, lo cual creaba la ilusión de que tenía una piel pálida y lustrosa. Tenía una cabellera negra y rizada cubierta por un sombrero de ala ancha adornado con encajes blancos y plumas de pavorreal. Además llevaba un vestido verde oscuro de estilo victoriano. Era una muñeca que parecía estar diseñada para provocar temor en quien la mirara, pero a mi madre le encantaba.
Pero bueno, en el sueño, yo era enviado por mi madre a buscar algo a su cuarto. Entraba corriendo, pues sabía que lo que buscaba estaba sobre la cómoda. Sólo era cuestión de entrar, tomar aquel objeto y volver corriendo al primer piso. Abría la puerta con cuidado, veía mi objetivo y corría hacia él. Al tomarlo se escuchaba la puerta cerrarse tras de mí. Me volvía para salir y entonces veía a la muñeca de pie justo frente a la puerta. Trataba de gritar, pero de mi boca no salía sonido alguno. La muñeca comenzaba a caminar hacia mí.
—Juega conmigo —decía de pronto ella, mientras extendía sus manos en mi dirección, como tratando de atraparme. Justo cuando estaba por alcanzarme, despertaba.
Ese tipo de sueños han sido comunes durante toda mi vida, lo cierto es que, nunca me he podido deshacer de ellos del todo. En especial desde que eso sucedió, pero ya llegaré allí.
En el pasado, despertaba continuamente sintiendo un horror indescriptible. Recuerdo que me levantaba de la cama y me ponía a dar vueltas por la habitación en penumbras, tratando de dejar de pensar en lo que fuera que acabara de soñar. Usualmente mi padre se levantaba para decirme que volviera a dormir. Cuando más chico inventaba que tenía ganas de ir al baño, pero que me daba miedo bajar solo a la planta baja. Mi padre me acompañaba y se quedaba en el pasillo fuera del cuarto de baño hasta que yo terminaba de hacer mis necesidades. Conforme fui creciendo, dejé esa manía de levantarme cuando tenía ese tipo de sueños, y solamente me quedaba acostado, tratando de tranquilizarme pensando cosas agradables.
A los doce años, leí en algún lugar que era posible alejar las pesadillas escuchando algo de música relajante mientras se dormía. Antes de eso había intentado otras cosas, como acostarme en determinada posición. Llegué a creer que si dormía viendo específicamente a la pared este de mí cuarto podía evitarlas. Al final, luego de tanto “remedio casero”, intenté lo de la música. Elegí música clásica, ya que siempre me ha parecido sumamente relajante, y al poco encontré una estación local que transmitía una selección de música clásica toda la noche. Mis pesadillas disminuyeron considerablemente, o al menos eso me gusta creer.
Tenía quince años, cuando la peor de las pesadillas comenzó a atormentar mi existencia. Sólo que esta vez la pesadilla no tenía nada que ver con mis sueños. Era algo en el mundo real.
[center]2[/center]
Recuerdo que dormía plácidamente, cuando de improviso algo pareció sacarme de mi sueño. Lo curioso es que esa fue una de las pocas noches en las que ninguna pesadilla atormentó mis sueños. La habitación estaba en penumbras, sólo iluminada por los eventuales destellos de uno que otro coche que pasaba por la calle. En la radio sonaba la Novena de Beethoven. Allí estaba yo, sin saber porque de pronto me había despertado con el corazón latiendo ferozmente y un extraño sudor frío perlándome el cuerpo.
Fue la primera vez que la escuché. Una risa como de niña, pero yo soy hijo único, así que obviamente ninguna niña vivía en nuestra casa. La risa parecía provenir de algún lugar del pasillo, fuera de mi habitación. Ya que era invierno, me cubrí con las cobijas hasta la cabeza, como si con eso pudiera protegerme de lo que fuera que estaba en el pasillo.
Permanecí en vilo, mientras aquella risa parecía hacer eco por toda la casa.
Al poco rato, a la risa se sumaron unos pasos, los cuales parecían dirigirse específicamente hasta mi habitación. Aún bajo los cobertores y el edredón, apreté los ojos y traté de regular mi respiración agitada, fingir que dormía.
Las risas y los pasos se detuvieron justo frente a mi puerta, la cual estaba cerrada por dentro. Se escucharon cuatro golpes quedos, como los que daría una mano pequeña, y luego una risita como de burla. Después de eso, pasaron unos minutos —aunque en ese momento me pareció que pasaban horas— antes de que los pasos se alejaran en dirección a la escalera. Se escuchó claramente como lo que estaba en el pasillo bajaba por los escalones en pequeños saltos.
No pude volver a dormir esa noche, o al menos no me di cuenta de en qué momento el sueño volvió a alcanzarme.
Pasaron dos semanas, en las que nada extraordinario ocurrió, y el incidente se borró de mi mente. Es curiosa la capacidad que tiene la mente humana para olvidar ese tipo de cosas, quizás para protegerse así misma de la locura.
Llegaron las vacaciones de navidad y el tiempo en que podía quedarme hasta noche viendo los programas de comedia de la barra nocturna, que termina a las dos de la mañana.
Los primeros días no ocurrió nada de importancia, hasta el cuarto día. Estaba por terminar el penúltimo programa de esa madrugada, cuando la risa volvió a escucharse en el pasillo. Me quedé paralizado. En el televisor, Ross decía algo sobre paleontología que los demás no entendían, pero a mí no me hizo gracia el chiste. Estaba muerto de miedo. Nuevamente escuché como tocaban a la puerta. Traté de quedarme quieto, de no hacer ruido.
—¡Sé que estas allí! —escuché una voz de niña, tal vez de entre siete u ocho años; no estoy seguro, nunca he sido bueno para definir la edad de las personas sólo por su voz—. ¡Vamos, sal a jugar!
Aun paralizado por el miedo, comencé a rezar todas las oraciones que podía recordar de mis días en el catecismo. Nunca he sido muy religioso, pero en momentos como ese toda ayuda —especialmente divina— es bien recibida. El ser fuera de mi cuarto tarareaba una canción infantil, aunque no recuerdo cual, sólo que la forma en que lo hacía tenía un efecto que aumentaba el horror de tal escena.
—¡Eres muy aburrido! —exclamó de pronto la niña, o lo que fuera que estaba en el pasillo. Volví a escuchar como sus pasos se alejaban en dirección a la escalera, esta vez de forma veloz, como si de pronto hubiera echado a correr.
Me metí a la cama sin preocuparme por apagar el televisor y me cubrí nuevamente con las cobijas. Resulta extraño como unas simples piezas de tela parecen ser una coraza impenetrable para quien experimenta tales horrores.
A la mañana siguiente, algo cansado y asustadizo, bajé al comedor a desayunar. Mi padre, que también se encontraba de vacaciones en esos días, estaba sentado leyendo el periódico, mientras mi madre preparaba el desayuno.
—Deberías de bajar el sonido cuando ves la televisión por las noches, Raúl —me reprendió de pronto—, juro que esta vez el volumen era tan alto que parecía retumbar por todo el pasillo.
Me quedé helado ante esto, solamente atiné a contestar un quedo:
—Sí, papá.
—Hablando de eso —intervino mamá, mientras me servía un plato con huevos revueltos—, ¿qué veías?
—Los programas de comedia —respondí, mientras usaba el tenedor para picar distraídamente mi comida.
—Me pareció que era otra cosa —agregó ella, sentándose a la mesa—. Creo haber escuchado una canción que no oía desde que mi abuela, que en paz descanse, nos la cantaba cuando niña a tus tíos y a mí.
[center]3[/center]
Por la tarde, mis padres salieron para visitar a la tía Samanta que había estado algo enferma, por lo que me quedé solo en casa.
Por alguna razón, me había olvidado de lo ocurrido la noche anterior, quedando sólo como una pesadilla más. Conecté la consola de videojuegos en la televisión de la sala y me dispuse a jugar una partida del juego de guerra que mi abuela me había regalado en mi cumpleaños.
Estaba muy entretenido tratando de entrar a un bunker nazi, cuando escuché nuevamente la voz de la niña en el segundo piso. ¡Esta vez a plena luz del día!
Creo que dejé caer el control del videojuego, mientras el terror volvía a apoderarse de mí. Podía oír claramente como la niña parecía estar jugando a brincar el avión en el piso de arriba, incluso entonando la vieja melodía. Luego se escuchó como corría hacia las escaleras. Desde la sala, es posible ver el inicio y el final de estas, ya que sólo son separadas por un muro, y las escaleras, además, estas descienden en forma de “U”.
Impulsado por una fuerza extraña, volví la mirada hacia las escaleras. Entonces pude ver un par de pies bajar corriendo velozmente. Con temor esperé a que el fantasma, o lo que fuera, apareciera en mi marco de visión. Lo cual sucedió de inmediato.
Me encontré frente a una niña de unos seis años. Tenía un largo cabello castaño oscuro y una piel blanca de aspecto cenizo, mostraba una sonrisa inocente en sus pequeños labios sonrosados, aunque esta perdía su fuerza debido al aspecto terrorífico de sus ojos amarillos, los cuales parecían mirarme como los de un depredador. Traía puesto un vestido amarillo de holanes, unas calcetas blancas hasta la rodilla y unos zapatitos negros.
Al verme, la “niña” sonrió como si se hubiera encontrado con un juguete nuevo. Comenzó a caminar hacia mí con pasos lentos. A cada movimiento de sus piececillos podía sentir como mí terror se incrementaba. La niña se dio cuenta de eso y abandonó su sonrisa inocente para adoptar una más cruel e inhumana. Era una escena surrealista, una niña jamás debe verse de esa manera. Era aterrador.
Salí de mi parálisis y me alejé de ella lo más que pude, arrastrándome al otro lado del sofá en el que me encontraba sentado. La cosa hizo una mueca.
—¿No quieres jugar, Raúl? —Su voz sonaba engañosamente tierna. Se detuvo y me miró con una expresión curiosa. Volvió su mirada a la pantalla del televisor, en donde se mostraba una imagen de mi personaje muerto y un texto donde se le preguntaba al jugador si quería continuar la partida desde el anterior punto de salve—. ¿Esos son los juegos que te gustan? —preguntó, mientras parecía analizar la pantalla—. ¡No me gustan! —gritó, haciendo una especie de berrinche.
La niña se sentó en el sofá, sin apartar sus orbes amarillentos de mí. Yo hacía lo mismo. La cosa no parecía tener la intención acercarse más, sólo estaba allí, sentada mientras balanceaba sus pies y tarareaba una canción infantil.
—Sabes, me agradas —dijo, mientras se subía por completo al sillón y comenzaba a gatear en mi dirección. Me paralicé nuevamente. La niña se detuvo mientras su rostro quedaba a unos escasos centímetros del mío—. Realmente me agradas mucho.
Su aliento olía como a vegetales podridos, aunque sus dientes parecían ser perlas relucientes. Movió la cabeza como si fuera a intentar darme un beso en la mejilla, pero bajó más, de tal manera que fui capaz sentir su fétido aliento en mi cuello.
Justo en ese momento, el ruido de la puerta automática de la cochera inundó el lugar. Mis padres habían regresado.
La niña se puso de pie de un salto, para luego subir las escaleras corriendo. No sin antes prometer que jugaríamos en otro momento.
Casi no pude dormir esa noche, ni las siguientes, por temor a la extraña niña. Pero ni una sola vez volví a escuchar sus risas y juegos en el pasillo.
[center]4[/center]
Cerca de tres meses más tarde, me encontraba ayudado a mi madre a acomodar unas cosas en casa de la tía Samanta, quien acababa de morir. Ella en realidad era mi tía abuela, y vivía sola desde que su marido muriera poco antes de que nacieran sus hijos gemelos. Nunca se volvió a casar.
Nos encontrábamos ordenando viejas cajas con fotografías, cuando me topé con una muy antigua que me llamó la atención.
En ella aparecían la tía Samanta, mi abuela y otra niña. Mi abuela era menor que mi tía por cinco años, pero esa otra niña, que estaba a la derecha de mi abuela, quien estaba al centro, parecía ser unos dos años menor que la tía. Traía puesto un vestido blanco de esos que se usaban unos setenta años atrás, en los años cuarenta.
—¿Quién es la otra niña? —pregunté a mi madre.
Ella tomó la fotografía de mi mano y la observó un momento con semblante triste. Luego volvió a guardarla en una de las cajas.
—Era tú tía abuela Isabel —respondió ella, con mirada seria.
—¿Murió? —pregunte.
—Se podría decir. —Parecía distraída, por lo que no presioné a pesar de que tenía curiosidad—.
Desapareció —dijo al fin—. En un viaje a Guanajuato para visitar a tus bisabuelos, se perdió en las calles de la ciudad mientras paseaban una noche. Nunca pudieron hallarla. La verdad dudo que siga con vida.
La foto había quedado hasta arriba de las demás. En un momento de descuido de mi madre, la tomé y la guardé en el bolsillo trasero de mi pantalón.
Pasó alrededor de un mes, en el que pude dormir tranquilo, confiándome a que el horror que había vivido con ese extraño ente se había terminado. Volví a mi vida normal, aunque las pesadillas volvían a atormentarme de vez en cuando y algunas veces soñaba con aquella niña; pero nada más.
Hasta que finalmente volvió, y esta vez yo estaba preparado.
Esa noche, convenientemente había olvidado cerrar la puerta de mi habitación por dentro, puesto que me había quedado hasta tarde terminando un trabajo de química. Cuando me desperté a las dos treinta de la mañana, de la misma manera en que me había ocurrido la primera vez que la escuché, supe lo que ocurría.
La escuché reír en el pasillo, mientras sus pasitos de acercaban cada vez más a mi puerta. Cuando ella tocó la primera vez, la puerta se entre-abrió, causando que ella riera divertida; aunque con un deje de crueldad. Empujó la puerta. Como estábamos a mediados de primavera yo sólo tenía una sábana para cubrirme en caso de mosquitos. Estaba bajo de esta, pero la luz de la luna llena que se colaba por el pasillo me permitía ver perfectamente la silueta de la niña.
La pequeña se acercó hacia mí, tarareando una de esas viejas melodías infantiles que parecían ser una especie de marca personal en ella. Se detuvo justo al lado de mi cama. La radió sobre mi cabeza tocaba una canción de Mozart cuyo nombre no recuerdo. Las manitas de la niña agarraron la sabana y la jalaron para descubrirme.
—Hola, Raúl —dijo, con ese todo de inocencia fingida—. Esta vez sí vamos a jugar.
Aunque estaba paralizado de miedo, me obligué a mí mismo a tomar algo de valor de cualquier lugar.
—¡Espera Isabel! —exclamé con voz queda, aunque tratando ser lo más claro posible.
La niña, que para ese momento ya se estaba acercando hacia mi cuello, mientras se relamía los labios, se detuvo en seco. Sus ojos me miraron con extrañeza, a la vez que me exigían revelar cómo era que sabía algo tan personal de ella como su nombre.
En un rápido movimiento, saqué la fotografía que durante el último mes había permanecido escondida bajo mi almohada.
Se la mostré a Isabel quien, tras contemplarla un momento con mudo asombro, me la arrebató de las manos. Siguió observando el retrato, y en cierto momento acarició la imagen como si se tratara de un gran tesoro.
—¿Cómo… ? —parecía realmente confundida por el hecho de que yo tuviera algo como eso.
—¿Eres la tía abuela Isabel? —pregunté—. La hermana desaparecida de la tía Samanta y la abuela Ágata.
Ella me volvió a ver con sus ojos amarillos que parecían tener un destello especial por la noche. No había ningún rastro de malicia en ellos, al contrario, parecían verme con genuina dulzura.
—Gracias, hijo —susurró, antes de salir de mi habitación, mientras sostenía la foto en sus manos como su posesión más preciada. Supongo que era lo único que tenía para recordar a sus hermanas.
Nunca más volví a verla ni a escucharla siquiera, y al poco tiempo dejé de soñar con ella. Las otras pesadillas ya no me molestaron tanto después de eso. No luego de haber visto un horror de verdad tangible como lo era, o más bien es, Isabel. No sé qué le habrá pasado cuando niña en ese viaje a Guanajuato, ni que es ella realmente, si un fantasma o algo más. Sólo sé que, de la familia o no, no quiero volver a verla ni a escucharla en mi vida.
Al final, al recordar el terror vivido en mis encuentros con ella, desearía que esas experiencias fueran sólo una pesadilla más. Sin embargo, el miedo y la incertidumbre que me causo, nunca dejaran que tal cosa pase, ni siquiera en mis pensamientos.[/spoiler]
¿Qué es la Red de Sombras?
Red de Sombras es un conjunto de historias (Cuentos, relatos, novelas) ambientadas en un mundo plagado de toda clase de criaturas sobre naturales. Las más importantes de estas son los vampiros y sus principales enemigos (denominados Antiguos). Cada historia relata hechos distintos, haciendo constantes referencias una hacia la otra —con personajes, cronología y eventos compartidos—, con la finalidad de crear un universo ficticio particular.
Así mismo, hay una trama central, la cual se ira desvelando poco a poco en lo que podríamos llamar la columna vertebral de la Red de Sombras: una serie de novelas numeradas que llevan el mismo nombre de este universo (y las cuales esperó alguna vez se publiquen de manera profesional).
Sobre el contenido de este tema, planeo publicar los diversos relatos que tienen en común la historia de Isabel (personaje al que ya presente en el foro en el primer reto literario). Estas historias pretenden ampliar su historia, desde su origen mismo hasta la actualidad, así como presentar a otros seres como ella que están relacionados de forma directa o indirecta con su historia.
Título: ¿Sólo una pesadilla más?
Fecha de redacción: 24 de abril de 2012
Notas: Es la primera historia en la cual introduje y cree al personaje de Isabel.
[spoiler][center]¿Sólo una pesadilla más?[/center]
[center]1[/center]
Las pesadillas son algo común para todas las personas. Desde siempre han atormentado los sueños de la gente. Ya sean provocadas, como se cree comúnmente, por cenar demasiado antes de dormir o por cualquiera que sea el motivo.
Desde que recuerdo, estas han atormentado mis horas de sueño de manera constante. Debido a esto, son un tema recurrente en casi todo lo que hago.
En la escuela, cuando los profesores nos encargaban de tarea redactar algún cuento siempre escribía sobre mis pesadillas. Recuerdo especialmente cuando mi maestra de cuarto grado, la señorita Mirna, nos pidió redactar un cuento de dos cuartillas. Yo escribí el mío basado en un sueño especialmente desagradable que había tenido recientemente. La pobre mujer incluso sugirió enviarme al psicólogo tras leer eso. Por tal motivo decidí dejar de usar mis pesadillas como inspiración para mis trabajos escolares.
Mis pesadillas eran extrañas, o al menos es esa la manera en la que yo las percibo. Podían variar de tema de manera abrupta; pero siempre eran similares en el fondo, la representación de uno de mis tantos temores.
Soñaba, por ejemplo, que todos en mi familia se habían convertido en vampiros, excepto yo; mis familiares me perseguían intentado morderme para que me uniera a ellos. Sé que suena estúpido, pero cuando los soñé debía de tener unos seis años. Un miedo infantil.
Otro sueño que recuerdo claramente, y que en verdad resulto aterrador, trataba sobre una muñeca.
Mi madre, cuando joven, coleccionaba muñecas de porcelana —de esas que parecen inusualmente reales, ataviadas con vestidos victorianos y peinados elegantes—. Recuerdo que había una habitación llena de ellas en casa de la abuela, las cuales mamá había decido dejar en su vieja habitación, ya que temía que cuando tuviera hijos estos las destrozaran. Debo de admitir que eso era una posibilidad muy grande cuando yo era un niño.
Bueno, sólo hubo una muñeca que ella se permitió a la casa. Media unos cincuenta centímetros y estaba hecha de porcelana blanca, lo cual creaba la ilusión de que tenía una piel pálida y lustrosa. Tenía una cabellera negra y rizada cubierta por un sombrero de ala ancha adornado con encajes blancos y plumas de pavorreal. Además llevaba un vestido verde oscuro de estilo victoriano. Era una muñeca que parecía estar diseñada para provocar temor en quien la mirara, pero a mi madre le encantaba.
Pero bueno, en el sueño, yo era enviado por mi madre a buscar algo a su cuarto. Entraba corriendo, pues sabía que lo que buscaba estaba sobre la cómoda. Sólo era cuestión de entrar, tomar aquel objeto y volver corriendo al primer piso. Abría la puerta con cuidado, veía mi objetivo y corría hacia él. Al tomarlo se escuchaba la puerta cerrarse tras de mí. Me volvía para salir y entonces veía a la muñeca de pie justo frente a la puerta. Trataba de gritar, pero de mi boca no salía sonido alguno. La muñeca comenzaba a caminar hacia mí.
—Juega conmigo —decía de pronto ella, mientras extendía sus manos en mi dirección, como tratando de atraparme. Justo cuando estaba por alcanzarme, despertaba.
Ese tipo de sueños han sido comunes durante toda mi vida, lo cierto es que, nunca me he podido deshacer de ellos del todo. En especial desde que eso sucedió, pero ya llegaré allí.
En el pasado, despertaba continuamente sintiendo un horror indescriptible. Recuerdo que me levantaba de la cama y me ponía a dar vueltas por la habitación en penumbras, tratando de dejar de pensar en lo que fuera que acabara de soñar. Usualmente mi padre se levantaba para decirme que volviera a dormir. Cuando más chico inventaba que tenía ganas de ir al baño, pero que me daba miedo bajar solo a la planta baja. Mi padre me acompañaba y se quedaba en el pasillo fuera del cuarto de baño hasta que yo terminaba de hacer mis necesidades. Conforme fui creciendo, dejé esa manía de levantarme cuando tenía ese tipo de sueños, y solamente me quedaba acostado, tratando de tranquilizarme pensando cosas agradables.
A los doce años, leí en algún lugar que era posible alejar las pesadillas escuchando algo de música relajante mientras se dormía. Antes de eso había intentado otras cosas, como acostarme en determinada posición. Llegué a creer que si dormía viendo específicamente a la pared este de mí cuarto podía evitarlas. Al final, luego de tanto “remedio casero”, intenté lo de la música. Elegí música clásica, ya que siempre me ha parecido sumamente relajante, y al poco encontré una estación local que transmitía una selección de música clásica toda la noche. Mis pesadillas disminuyeron considerablemente, o al menos eso me gusta creer.
Tenía quince años, cuando la peor de las pesadillas comenzó a atormentar mi existencia. Sólo que esta vez la pesadilla no tenía nada que ver con mis sueños. Era algo en el mundo real.
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Recuerdo que dormía plácidamente, cuando de improviso algo pareció sacarme de mi sueño. Lo curioso es que esa fue una de las pocas noches en las que ninguna pesadilla atormentó mis sueños. La habitación estaba en penumbras, sólo iluminada por los eventuales destellos de uno que otro coche que pasaba por la calle. En la radio sonaba la Novena de Beethoven. Allí estaba yo, sin saber porque de pronto me había despertado con el corazón latiendo ferozmente y un extraño sudor frío perlándome el cuerpo.
Fue la primera vez que la escuché. Una risa como de niña, pero yo soy hijo único, así que obviamente ninguna niña vivía en nuestra casa. La risa parecía provenir de algún lugar del pasillo, fuera de mi habitación. Ya que era invierno, me cubrí con las cobijas hasta la cabeza, como si con eso pudiera protegerme de lo que fuera que estaba en el pasillo.
Permanecí en vilo, mientras aquella risa parecía hacer eco por toda la casa.
Al poco rato, a la risa se sumaron unos pasos, los cuales parecían dirigirse específicamente hasta mi habitación. Aún bajo los cobertores y el edredón, apreté los ojos y traté de regular mi respiración agitada, fingir que dormía.
Las risas y los pasos se detuvieron justo frente a mi puerta, la cual estaba cerrada por dentro. Se escucharon cuatro golpes quedos, como los que daría una mano pequeña, y luego una risita como de burla. Después de eso, pasaron unos minutos —aunque en ese momento me pareció que pasaban horas— antes de que los pasos se alejaran en dirección a la escalera. Se escuchó claramente como lo que estaba en el pasillo bajaba por los escalones en pequeños saltos.
No pude volver a dormir esa noche, o al menos no me di cuenta de en qué momento el sueño volvió a alcanzarme.
Pasaron dos semanas, en las que nada extraordinario ocurrió, y el incidente se borró de mi mente. Es curiosa la capacidad que tiene la mente humana para olvidar ese tipo de cosas, quizás para protegerse así misma de la locura.
Llegaron las vacaciones de navidad y el tiempo en que podía quedarme hasta noche viendo los programas de comedia de la barra nocturna, que termina a las dos de la mañana.
Los primeros días no ocurrió nada de importancia, hasta el cuarto día. Estaba por terminar el penúltimo programa de esa madrugada, cuando la risa volvió a escucharse en el pasillo. Me quedé paralizado. En el televisor, Ross decía algo sobre paleontología que los demás no entendían, pero a mí no me hizo gracia el chiste. Estaba muerto de miedo. Nuevamente escuché como tocaban a la puerta. Traté de quedarme quieto, de no hacer ruido.
—¡Sé que estas allí! —escuché una voz de niña, tal vez de entre siete u ocho años; no estoy seguro, nunca he sido bueno para definir la edad de las personas sólo por su voz—. ¡Vamos, sal a jugar!
Aun paralizado por el miedo, comencé a rezar todas las oraciones que podía recordar de mis días en el catecismo. Nunca he sido muy religioso, pero en momentos como ese toda ayuda —especialmente divina— es bien recibida. El ser fuera de mi cuarto tarareaba una canción infantil, aunque no recuerdo cual, sólo que la forma en que lo hacía tenía un efecto que aumentaba el horror de tal escena.
—¡Eres muy aburrido! —exclamó de pronto la niña, o lo que fuera que estaba en el pasillo. Volví a escuchar como sus pasos se alejaban en dirección a la escalera, esta vez de forma veloz, como si de pronto hubiera echado a correr.
Me metí a la cama sin preocuparme por apagar el televisor y me cubrí nuevamente con las cobijas. Resulta extraño como unas simples piezas de tela parecen ser una coraza impenetrable para quien experimenta tales horrores.
A la mañana siguiente, algo cansado y asustadizo, bajé al comedor a desayunar. Mi padre, que también se encontraba de vacaciones en esos días, estaba sentado leyendo el periódico, mientras mi madre preparaba el desayuno.
—Deberías de bajar el sonido cuando ves la televisión por las noches, Raúl —me reprendió de pronto—, juro que esta vez el volumen era tan alto que parecía retumbar por todo el pasillo.
Me quedé helado ante esto, solamente atiné a contestar un quedo:
—Sí, papá.
—Hablando de eso —intervino mamá, mientras me servía un plato con huevos revueltos—, ¿qué veías?
—Los programas de comedia —respondí, mientras usaba el tenedor para picar distraídamente mi comida.
—Me pareció que era otra cosa —agregó ella, sentándose a la mesa—. Creo haber escuchado una canción que no oía desde que mi abuela, que en paz descanse, nos la cantaba cuando niña a tus tíos y a mí.
[center]3[/center]
Por la tarde, mis padres salieron para visitar a la tía Samanta que había estado algo enferma, por lo que me quedé solo en casa.
Por alguna razón, me había olvidado de lo ocurrido la noche anterior, quedando sólo como una pesadilla más. Conecté la consola de videojuegos en la televisión de la sala y me dispuse a jugar una partida del juego de guerra que mi abuela me había regalado en mi cumpleaños.
Estaba muy entretenido tratando de entrar a un bunker nazi, cuando escuché nuevamente la voz de la niña en el segundo piso. ¡Esta vez a plena luz del día!
Creo que dejé caer el control del videojuego, mientras el terror volvía a apoderarse de mí. Podía oír claramente como la niña parecía estar jugando a brincar el avión en el piso de arriba, incluso entonando la vieja melodía. Luego se escuchó como corría hacia las escaleras. Desde la sala, es posible ver el inicio y el final de estas, ya que sólo son separadas por un muro, y las escaleras, además, estas descienden en forma de “U”.
Impulsado por una fuerza extraña, volví la mirada hacia las escaleras. Entonces pude ver un par de pies bajar corriendo velozmente. Con temor esperé a que el fantasma, o lo que fuera, apareciera en mi marco de visión. Lo cual sucedió de inmediato.
Me encontré frente a una niña de unos seis años. Tenía un largo cabello castaño oscuro y una piel blanca de aspecto cenizo, mostraba una sonrisa inocente en sus pequeños labios sonrosados, aunque esta perdía su fuerza debido al aspecto terrorífico de sus ojos amarillos, los cuales parecían mirarme como los de un depredador. Traía puesto un vestido amarillo de holanes, unas calcetas blancas hasta la rodilla y unos zapatitos negros.
Al verme, la “niña” sonrió como si se hubiera encontrado con un juguete nuevo. Comenzó a caminar hacia mí con pasos lentos. A cada movimiento de sus piececillos podía sentir como mí terror se incrementaba. La niña se dio cuenta de eso y abandonó su sonrisa inocente para adoptar una más cruel e inhumana. Era una escena surrealista, una niña jamás debe verse de esa manera. Era aterrador.
Salí de mi parálisis y me alejé de ella lo más que pude, arrastrándome al otro lado del sofá en el que me encontraba sentado. La cosa hizo una mueca.
—¿No quieres jugar, Raúl? —Su voz sonaba engañosamente tierna. Se detuvo y me miró con una expresión curiosa. Volvió su mirada a la pantalla del televisor, en donde se mostraba una imagen de mi personaje muerto y un texto donde se le preguntaba al jugador si quería continuar la partida desde el anterior punto de salve—. ¿Esos son los juegos que te gustan? —preguntó, mientras parecía analizar la pantalla—. ¡No me gustan! —gritó, haciendo una especie de berrinche.
La niña se sentó en el sofá, sin apartar sus orbes amarillentos de mí. Yo hacía lo mismo. La cosa no parecía tener la intención acercarse más, sólo estaba allí, sentada mientras balanceaba sus pies y tarareaba una canción infantil.
—Sabes, me agradas —dijo, mientras se subía por completo al sillón y comenzaba a gatear en mi dirección. Me paralicé nuevamente. La niña se detuvo mientras su rostro quedaba a unos escasos centímetros del mío—. Realmente me agradas mucho.
Su aliento olía como a vegetales podridos, aunque sus dientes parecían ser perlas relucientes. Movió la cabeza como si fuera a intentar darme un beso en la mejilla, pero bajó más, de tal manera que fui capaz sentir su fétido aliento en mi cuello.
Justo en ese momento, el ruido de la puerta automática de la cochera inundó el lugar. Mis padres habían regresado.
La niña se puso de pie de un salto, para luego subir las escaleras corriendo. No sin antes prometer que jugaríamos en otro momento.
Casi no pude dormir esa noche, ni las siguientes, por temor a la extraña niña. Pero ni una sola vez volví a escuchar sus risas y juegos en el pasillo.
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Cerca de tres meses más tarde, me encontraba ayudado a mi madre a acomodar unas cosas en casa de la tía Samanta, quien acababa de morir. Ella en realidad era mi tía abuela, y vivía sola desde que su marido muriera poco antes de que nacieran sus hijos gemelos. Nunca se volvió a casar.
Nos encontrábamos ordenando viejas cajas con fotografías, cuando me topé con una muy antigua que me llamó la atención.
En ella aparecían la tía Samanta, mi abuela y otra niña. Mi abuela era menor que mi tía por cinco años, pero esa otra niña, que estaba a la derecha de mi abuela, quien estaba al centro, parecía ser unos dos años menor que la tía. Traía puesto un vestido blanco de esos que se usaban unos setenta años atrás, en los años cuarenta.
—¿Quién es la otra niña? —pregunté a mi madre.
Ella tomó la fotografía de mi mano y la observó un momento con semblante triste. Luego volvió a guardarla en una de las cajas.
—Era tú tía abuela Isabel —respondió ella, con mirada seria.
—¿Murió? —pregunte.
—Se podría decir. —Parecía distraída, por lo que no presioné a pesar de que tenía curiosidad—.
Desapareció —dijo al fin—. En un viaje a Guanajuato para visitar a tus bisabuelos, se perdió en las calles de la ciudad mientras paseaban una noche. Nunca pudieron hallarla. La verdad dudo que siga con vida.
La foto había quedado hasta arriba de las demás. En un momento de descuido de mi madre, la tomé y la guardé en el bolsillo trasero de mi pantalón.
Pasó alrededor de un mes, en el que pude dormir tranquilo, confiándome a que el horror que había vivido con ese extraño ente se había terminado. Volví a mi vida normal, aunque las pesadillas volvían a atormentarme de vez en cuando y algunas veces soñaba con aquella niña; pero nada más.
Hasta que finalmente volvió, y esta vez yo estaba preparado.
Esa noche, convenientemente había olvidado cerrar la puerta de mi habitación por dentro, puesto que me había quedado hasta tarde terminando un trabajo de química. Cuando me desperté a las dos treinta de la mañana, de la misma manera en que me había ocurrido la primera vez que la escuché, supe lo que ocurría.
La escuché reír en el pasillo, mientras sus pasitos de acercaban cada vez más a mi puerta. Cuando ella tocó la primera vez, la puerta se entre-abrió, causando que ella riera divertida; aunque con un deje de crueldad. Empujó la puerta. Como estábamos a mediados de primavera yo sólo tenía una sábana para cubrirme en caso de mosquitos. Estaba bajo de esta, pero la luz de la luna llena que se colaba por el pasillo me permitía ver perfectamente la silueta de la niña.
La pequeña se acercó hacia mí, tarareando una de esas viejas melodías infantiles que parecían ser una especie de marca personal en ella. Se detuvo justo al lado de mi cama. La radió sobre mi cabeza tocaba una canción de Mozart cuyo nombre no recuerdo. Las manitas de la niña agarraron la sabana y la jalaron para descubrirme.
—Hola, Raúl —dijo, con ese todo de inocencia fingida—. Esta vez sí vamos a jugar.
Aunque estaba paralizado de miedo, me obligué a mí mismo a tomar algo de valor de cualquier lugar.
—¡Espera Isabel! —exclamé con voz queda, aunque tratando ser lo más claro posible.
La niña, que para ese momento ya se estaba acercando hacia mi cuello, mientras se relamía los labios, se detuvo en seco. Sus ojos me miraron con extrañeza, a la vez que me exigían revelar cómo era que sabía algo tan personal de ella como su nombre.
En un rápido movimiento, saqué la fotografía que durante el último mes había permanecido escondida bajo mi almohada.
Se la mostré a Isabel quien, tras contemplarla un momento con mudo asombro, me la arrebató de las manos. Siguió observando el retrato, y en cierto momento acarició la imagen como si se tratara de un gran tesoro.
—¿Cómo… ? —parecía realmente confundida por el hecho de que yo tuviera algo como eso.
—¿Eres la tía abuela Isabel? —pregunté—. La hermana desaparecida de la tía Samanta y la abuela Ágata.
Ella me volvió a ver con sus ojos amarillos que parecían tener un destello especial por la noche. No había ningún rastro de malicia en ellos, al contrario, parecían verme con genuina dulzura.
—Gracias, hijo —susurró, antes de salir de mi habitación, mientras sostenía la foto en sus manos como su posesión más preciada. Supongo que era lo único que tenía para recordar a sus hermanas.
Nunca más volví a verla ni a escucharla siquiera, y al poco tiempo dejé de soñar con ella. Las otras pesadillas ya no me molestaron tanto después de eso. No luego de haber visto un horror de verdad tangible como lo era, o más bien es, Isabel. No sé qué le habrá pasado cuando niña en ese viaje a Guanajuato, ni que es ella realmente, si un fantasma o algo más. Sólo sé que, de la familia o no, no quiero volver a verla ni a escucharla en mi vida.
Al final, al recordar el terror vivido en mis encuentros con ella, desearía que esas experiencias fueran sólo una pesadilla más. Sin embargo, el miedo y la incertidumbre que me causo, nunca dejaran que tal cosa pase, ni siquiera en mis pensamientos.[/spoiler]